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lunes, 19 de octubre de 2009

LOS ADOLESCENTES Y EL DEPORTE




Cuando practicamos ejercicios se desatan una serie de cambios hormonales, metabólicos, neurológicos que resultan beneficiosas al organismo. En esas circunstancias, la perfusión de los pulmones se hace más intensa y se facilita el paso de oxígeno de los alvéolos a los capilares pulmonares, mejorando la función respiratoria, el rendimiento cardiovascular, y hasta el estado de ánimo.
Si esta actividad las realizamos cuando nuestro cuerpo aún está en pleno desarrollo como ocurre en la adolescencia y juventud, potenciamos las capacidades de órganos y músculos, entrenándolos para soportar cargas mayores en la adultez.
La práctica sistemática de un deporte promueve el metabolismo de los triglicéridos, reduce la tensión sistólica y diastólica, previene la hipertensión, el sedentarismo y la obesidad, aligerando así la carga que nuestros huesos deben soportar.
Quizás parezca increíble, pero los ejercicios también activan el tránsito intestinal y disminuyen el tiempo de contacto entre la mucosa del cólon y ciertas sustancias cancerígenas que es preferible evadir.
El deporte previene la depresión
Además, hacer ejercicios espolea la autoestima, previene la depresión y mejora el estado de ánimo. Esta actividad puede ser practicada en solitario, pero suele disfrutarse mucho más cuando la realizamos en grupo, con el que compartimos el éxito de las libritas rebajadas a fuerza de perseverancia o los centímetros crecidos en nuestros bíceps.

El gasto energético que representa una tanda de aerobios, por ejemplo, nos permitirá llegar más lejos en el tiempo y con una mejor calidad de vida, aunque ello depende de la constancia y el tesón que pongamos en el empeño.
Empieza cuanto antes a practicar ejercicios. Quizás al principio el cuerpo se lamente, pero luego él mismo te pedirá dedicarle, al menos, una sesión de media hora diaria.
Más actividades físicas, menos adolescentes fumadores
Las personas que hacen ejercicio físico en la adolescencia tienen menos probabilidades de convertirse en fumadores que los adolescentes que no realizan actividades físicas, según una nueva investigación de un equipo de investigadores finlandeses y estadounidenses.
El trabajo, financiado en parte por la UE, se ha publicado en la revista Addiction. Se sabe desde hace tiempo que es menos probable que fumen las personas que realizan ejercicio físico de manera regular que aquellos que son relativamente inactivos. La mayoría de la gente atribuye este hecho a la familia, y sostiene que los niños cuyos padres les animan a hacer ejercicio físico tienen más probabilidades de adoptar un estilo de vida saludable. En este estudio reciente, los científicos observaron a casi 2.000 parejas de mellizos, y les preguntaron sobre los niveles de ejercicio y el hábito de fumar al final de su adolescencia y luego entre los 20 y los 25 años. Hallaron que los adolescentes físicamente inactivos tenían cinco veces más probabilidades de ser fumadores a la edad de 24 años que los adolescentes físicamente activos.
Para probar si las diferencias podrían deberse a la educación familiar, los científicos compararon seguidamente a mellizos que presentaban niveles diferentes de actividad durante la adolescencia. Descubrieron que era más probable que comenzaran a fumar los mellizos físicamente inactivos que sus hermanos y hermanas físicamente activos. Dado que los mellizos reciben la misma educación familiar, la diferencia no puede atribuirse a que sean distintas las circunstancias familiares, apuntan los investigadores. «La actividad física continua parece ser un factor causal importante por lo que se refiere a la elección y el mantenimiento de una conducta no fumadora», afirman. Los científicos explican una serie de mecanismos por los que la actividad física podría influir en el hábito de fumar. Una idea es que los niños activos físicamente pueden desear mejorar y mantener su forma física y saben que fumar entorpecería el logro de este objetivo. Además, es probable que estos jóvenes busquen amigos que tengan intereses similares. Se sabe también que el ejercicio tiene un efecto positivo sobre otros factores que protegen contra el tabaco, como la percepción de la capacidad propia para lograr lo que uno se propone y la autoestima, indican los científicos. Finalmente, destacan otra investigación que indica que fumar y hacer ejercicio podrían estimular las mismas partes del sistema nervioso central. En un artículo relacionado con este tema, Paul Aveyard, de la Universidad de Birmingham, y Michael Ussher, de la Universidad de Londres, acogen con agrado estos nuevos hallazgos y piden que se lleven a cabo pruebas para comprobar su utilidad para disuadir a los jóvenes de fumar tabaco. «Dado lo convincente de estos hallazgos, opinamos que hay buenos motivos para llevar a cabo pruebas para examinar si la actividad física reduce la posibilidad de que los adolescentes y los adultos jóvenes comiencen a fumar», apuntan los autores. «Estos estudios deberán identificar y reclutar activamente a quienes sean más susceptibles de comenzar a fumar, como a personas sedentarias, a que padecen trastornos del ánimo y a quienes ya experimentan con sustancias adictivas.» La financiación comunitaria para este estudio provino del proyecto GenomEUtwin del Quinto Programa Marco

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